SABIOS DEL SIGLO XXI
Miércoles, 23 marzo 2016
Publicado en: CULTURA
El pasado mes de enero varios de nuestros compañeros de Bachillerato participaron en la II Olimpiada Filosófica de La Rioja, una actividad promovida por la Sociedad Filosófica de La Rioja (SOFIRA), consistente en la presentación de un trabajo en formato escrito a plástico relacionado con el tema propuesto: ¿Qué es la belleza? Lo cierto es que nos sentimos muy orgullosos de nuestros representantes porque, gracias a su tesón y al liderazgo de su profesora (edita Mombiela), varios de ellos (Laura pascual, Inés Garrido y David Sota) lograron llegar a la fase final celebrada la pasada semana alcanzando la 1ª posición en la modalidad de fotografía (Inés Garrido) y la 2ª en la de ensayo (David Sota).
De este modo y aprovechando que ya estamos oficialmente de vacaciones y vamos a tener un montón de tiempo por delante, hemos decidido incluir el trabajo de nuestro compañero, David, como lectura recomendada, ¡si es que no se puede ser más inteligente y majo!
¿Qué es la belleza?
Aunque contestar a la pregunta que da título a este ensayo pueda parecer simple, no lo es tanto; definir la belleza ha sido y es una importante cuestión desde los inicios de la filosofía, tanto es así que una parte de ella se dedica enteramente a estudiar la belleza y el arte: la estética. A lo largo de la historia han destacado principalmente dos posiciones respecto a la belleza opuestas entre sí: el objetivismo defiende que la belleza está en el objeto mismo, el principal teórico de esta corriente es Platón (s. IV a.C.) y el subjetivismo que alega que la belleza consiste en nuestra percepción al contemplar el objeto, el principal filósofo de esta corriente es Hume (s. XVIII). Aquí es donde surge el primer dilema ¿la belleza está en el objeto o depende de la sensación que nos provoca?
Hasta el s. XVIII la estética fue dominada prácticamente por la belleza objetiva heredada de la Grecia clásica y regida por unos estrictos cánones, lo bello es armónico, equilibrado y proporcional. La naturaleza es el paradigma de la belleza. Respecto a la belleza objetiva en el arte, destaca la primacía de la obra sobre el artista y la obra de arte como imitación de la naturaleza. Para Platón las cosas son bellas en sí mismas si imitan la Idea de Belleza, la cual es universal, eterna e inmutable. Sin embargo el problema del objetivismo estético es la búsqueda de un canon de belleza universal eterno e inmutable, lo que parece imposible ya que en cada cultura existe uno diferente y además el paso del tiempo los va transformando: en la Venus de Milo y en la Venus de Willendorf el canon obviamente no es el mismo. Por tanto, seguimos sin saber como es la belleza verdadera…
A partir del s. XVIII se produce un giro de 180° en la idea de belleza. Aparece la belleza subjetiva, lo bello es emocionante, imaginativo, fantástico, libre. La belleza está en el alma del artista. Destaca la primacía del artista sobre la obra de arte y la obra de arte como creación de la naturaleza, de un universo “poético” paralelo: el arte por el arte. Un claro ejemplo de esta concepción de belleza es el romanticismo. Sin embargo esta idea de lo bello también origina duda: ¿hasta qué punto depende del creador y del individuo que observa? Aparece la confusión entre arte y belleza, nadie en su sano juicio consideraría bella “La fuente” de Duchamp o la “Mierda de artista” de Manzoni, pero probablemente mucha gente las consideraría arte, entonces: ¿todo lo bello es arte? ¿todo el arte es bello en sí? Probablemente no. Desde el vanguardismo y Duchamp el arte ya no es considerado como expresión de belleza sino expresión de sentido. El arte es símbolo. Entonces si la belleza depende del artista y el arte no es expresión de la belleza, ¿no existe una contradicción? Por esto debemos diferenciar belleza y arte, y volver a nuestro dilema original.
Entre estas dos corrientes estéticas surge el filósofo, Immanuel Kant (s. XVIII), con su Crítica del juicio:
Para decidir si una cosa es bella o no lo es, no referimos la representación a un objeto por medio del entendimiento, sino al sujeto y al sentimiento de placer o de pena por medio de la imaginación (quizá medio de unión para el entendimiento). El juicio del gusto no es, pues, un juicio de conocimiento; no es por tanto lógico, sino estético, es decir, que el principio que lo determina es puramente subjetivo. […] No hay ciencia de lo bello, sino solamente una crítica de lo bello. Si hubiera una ciencia de lo bello se diría científicamente si una cosa debe ser o no tenida por bella. […] Lo bello es lo que agrada universalmente en el juicio solo (y no, por consiguiente, por medio de la sensación, ni según un concepto del entendimiento) De aquí se sigue naturalmente que puede agradar sin ningún interés.
Así, Kant diferencia lo bello de lo agradable y lo bueno. Lo agradable deleita los sentidos mediante la sensación. Lo agradable agrada por interés, porque nos proporciona placer. Además, lo agradable es particular, a cada uno le resulta algo agradable basándose en su sensibilidad. Lo agradable solo tiene valor para uno mismo. Lo bueno agrada por medio de la razón, por el simple concepto, y aporta conocimiento (tiene valor objetivo). Hay un interés por la existencia de un objeto que nos es útil. Lo bueno implica un conocimiento del objeto lo que no es necesario en lo bello. Sin embargo, algo es bello cuando nos da satisfacción por que sí, place por sí mismo, no porque nos emocione o nos deleite y algo es bello cuando no hay necesidad de captar conceptos ya que solo depende de la reflexión del objeto, el concepto es secundario.
Sólo lo bello entra en el ámbito del auténtico juicio estético, pues es una complacencia desinteresada y libre, sin reposar en interés alguno, ni el de los sentidos, ni el de la razón, ni el de la fuerza de aprobación.
A partir de esta concepción estética kantiana ya podemos partir de una base más firme para definir la belleza. En primer lugar es necesario pensar en una belleza universal, para que esta no dependa de culturas o de modas, ni del gusto individual de cada uno. Solo así se puede establecer un concepto verdadero o por lo menos convencional de la belleza. Por otra parte la belleza no podrá depender estrictamente ni de los sentidos ni de la razón. Esto es porque si dependiese de los sentidos exclusivamente, cada uno tendríamos una imagen diferente de la misma y por lo tanto ya no sería universal, no existiría la belleza sino simples gustos y sería ridículo afirmar entonces que algo es bello por sí, porque como escribía Kant: “cuando damos una cosa por bella, exigimos de los demás el mismo sentimiento, no juzgamos solamente para nosotros, sino para todo el mundo, y hablamos de la belleza como si esta fuera una cualidad de las cosas” no una sensación personal. Y si dependiese de la razón tampoco la belleza sería universal porque la belleza es contemplación y no búsqueda del concepto último del objeto que puede no ser captado por todos los humanos o incluso puede que no exista. Sin embargo a pesar de todo hay algo en la estética de Kant que me crea dudas y es que, si según él, lo bello es una complacencia desinteresada y libre, sin reposar en interés alguno, ni el de los sentidos, ni el de la razón, ni el de la fuerza de aprobación, ¿qué nos induce, entonces, a contemplar lo bello? Desde luego nadie puede imponernos su ideal de belleza. Debemos contemplar algo bello libremente y llegar nosotros mismos con un juicio “para todo el mundo” a concluir si es bello o no, por eso no es bello aquello que nos han inducido a creer y aceptar como tal, pues aunque en un principio no nos lo parezca acabaremos convenciéndonos a nosotros mismos de que debe de ser bello porque así nos lo han indicado. Pero si tampoco, como se ha explicado antes, los sentimientos y la razón nos guían, debe haber algo más allá que nos haga pararnos a contemplar la belleza.
Tal vez ese algo sea la propia incomprensión de los objetos o los fenómenos, una especie de velo que los cubre causándonos una curiosidad ajena a los sentidos y a la razón y que se presenta como de la nada, como un destello, cuando contemplamos algo bello y que sin saber por qué da alas a nuestra imaginación. Claro que entonces el ente ha de ser agradable a los sentidos (o intangible) y con un concepto que sea imposible alcanzar (o que no exista) pero sobretodo el ente debe ser original, único, algo nunca visto. Lo bello tiene duende, un encanto misterioso e inefable. Y solo de esta manera la belleza permanece eternamente. De esta manera la “complacencia desinteresada” de Kant es la complacencia incomprensible. Solo así se explica la belleza de Dios para los creyentes o la belleza del universo para los científicos o la belleza de la realidad para la filosofía o la belleza de un poema de T. S. Eliot o de Lorca o la belleza de un cuento de Kafka o una novela de Gabriel García Márquez o un cuadro de Ingres o de Velázquez o la música de Stravinski o un edificio de Niemeyer o la belleza de un amor inalcanzable o de un amanecer en primavera.
David Sota Herreros, 2º Bachillerato de Humanidades y Ciencias Sociales