El lechón de San Antón, tradición gravaleña
Jueves, 02 febrero 2017
Publicado en: Nuestros pueblos
Todos los 17 de enero se celebra la festividad de San Antón, patrón de los animales según la tradición cristiana. Por este motivo, en las grandes y no tan grandes ciudades tiene lugar la bendición de mascotas, pero ¿sabes que más tradiciones existen en relación a este día?
Grávalos es un pequeño pueblo situado en la Rioja Baja, junto a la Sierra de Yerga. A pesar de tener menos de 200 habitantes empadronados y una economía basada en la agricultura, este municipio alberga un balneario de agua sulfhídrica, dos bodegas de cava y una fascinante historia que se remonta a la época de los romanos, cuando esta localidad recibía el nombre de Caralus. Es aquí donde tenía lugar una curiosa tradición que comenzó a realizarse en la antigüedad.
Todos los años, a finales de mayo o principios de junio, un cerdo de nueve semanas de edad se soltaba por el pueblo, se le colocaba una cinta roja al cuello de la que colgaba una campanilla, ésta emitía un característico sonido que delataba al gorrino en sus numerosas incursiones en las casas de los gravaleños. Durante ocho meses el lechón deambulaba por las calles durmiendo en pajares de vecinos y comiendo de sus huertas o de las sobras de las comidas que le eran proporcionadas. Tal era el cariño que sentía el pueblo hacia el cerdo y lo bien que lo cuidaban, que no se conoce ningún caso en el que el lechón de San Antón abandonara el lugar.
Pasaban los meses y el puerco iba creciendo y engordando, ya se conocía las casas en las que era mejor tratado, los corrales más acogedores para dormir y los lugares donde mejor se comía, como el molino de Félix, situado en la bajera de su casa; a él los vecinos llevaban a moler todo tipo de cereales: maíz, cebada, alfalfa, centeno… que hacían las delicias del animal. Durante los duros y fríos meses de invierno, apenas se le veía por la calle, se limitaba a dormir en el corral que le placía y a comer en la huerta más cercana a su morada. Y así, semana a semana, mes a mes, llegaba la Navidad y por tanto la fecha señalada. Era entonces cuando el alguacil del pueblo recorría las calles para capturar al lechón, que pasaría sus últimos cuatro días encerrado en un habitáculo del ayuntamiento destinado a este fin.
El 17 de enero se sucedían en el pueblo los actos en honor a San Antón: se llevaba a cabo una procesión de la imagen por todo el pueblo, luego se realizaba una popular carrera de caballos de la ermita al balneario (unos 400 metros) y, para concluir, se celebraba el sorteo esperado. En el kiosco de la plaza se situaban el alcalde y el alguacil junto a la bolsa de tela que contenía las papeletas participantes. Como el cerdo era una fuente inagotable de provisiones para el invierno, y por lo tanto un regalo preciado para los lugareños, se ideó un sistema de rifa que evitara posibles manipulaciones, así en la bolsa de tela se introducían tantas papeletas como números de la rifa se habían vendido, y además se depositaban una docena de papeles con la leyenda CERDO SUYO. Cuando todo estaba listo, una mano inocente, de algún niño, iba sacando uno tras otro, números de la bolsa; el número ganador era el que salía justo antes que la primera papeleta que rezaba CERDO SUYO.
En el año 1980 se dejó de soltar al cerdo, ya que todas las calles estaban llenas de zanjas para la instalación del agua corriente; desde entonces, no se ha retomado esa tradición. Eso sí, el sorteo se sigue celebrando cada año en esa misma fecha, pero si eres el agraciado ganador puedes elegir entre un cerdo proporcionado por una granja cercana al pueblo o un premio en metálico de 150 euros y, hoy en día, debido a las restricciones en la matanza y a la menor importancia del lechón como alimento básico, la mayoría de los ganadores escogen el dinero.
Así que, si pasáis cerca de Grávalos en enero, no olvidéis comprar un boleto de la rifa para mantener esta bonita tradición.