Mamá, papá, ¡quiero ser periodista!

Recreación de la posible protagonista del relato de Leyre.

Lunes, 06 febrero 2017

Publicado en: ENTRETENIMIENTO


Su infancia

Quizás sí, quizás fue sobre esas fechas, pudo ser por 1938. Ese día que tanto marcó mi vida, apenas me lo podía creer pero, mejor voy a empezar por el principio o, más bien, desde lo que me acuerdo.

Yo era una cría, aunque bueno, una cría en unos tiempos muy diferentes a éstos.  Desde mi punto de vista mucho más duros que ahora. Tendría unos cinco años y yo ya estaba ayudando en todo lo que podía a mis padres, hermanos… en conclusión, a todos mis parientes cercanos. Sé que ahora a eso no lo consideráis infancia ni mucho menos, empezar a “trabajar” desde tan joven, pero yo creo que eso era una de las mejores cosas: ir haciéndote fuerte para todo lo que te esperaba dentro de unos años. A esa edad no era consciente de todo, pero año tras año te vas dando cuenta.

Pero, disculpad, aunque no lo haya nombrado anteriormente claro que iba al colegio, lo que pasa, que de forma diferente a la de ahora.

Vivía en una aldea muy pequeña, asistía al colegio todos los días pero, como éramos muy pocos, había solo una clase con un profesor para todos, todos de diferentes edades, desde cuatro años hasta los doce aproximadamente, excepto algunos que tenían suerte y podían quedarse otros añitos más, hasta los trece o catorce.

Desde mi punto de vista la suerte no existe, todos estábamos destinados a algo. Si no recuerdo mal, a mí ya me venían avisando desde pequeña que a los 11 o así me tendría que salir del colegio, no para echar una mano como años anteriores, si no para trabajar, y ayudar en casa, ya que eran tiempos complicados.

Iba al colegio como de costumbre, y la verdad es que tengo algunos recuerdos muy borrosos, sobre todo las fechas. El caso, de lo que si me acuerdo es que últimamente desde que salía del colegio, en cualquier lugar en el que estaría se hablaba de una futura guerra o rebelión, no recuerdo bien.

Solo sé que un día llamaron a casa, y llegó un señor con una carta, que no sé qué decía. A la semana siguiente mi padre se tuvo que ir, sin explicarnos nada, solo que no nos iba a ver durante un tiempo. Y ahí, en ese preciso instante, me di cuenta de que algo no iba bien. Yo era una de las hermanas medianas, pero estoy segura de que mis hermanos mayores tampoco sabían adónde se había ido, quizás ni siquiera mi madre.

Dada la ausencia de noticias, tuvimos que seguir adelante con nuestra vida, con nuestro día a día. ¡Claro que todo era extraño y diferente!, pero no podíamos hacer nada por mucho que nos acordáramos de él.

Pasados unos meses, se empezaron a escuchar rumores de que había una guerra, no recuerdo en qué país, ni si era cercana o no. El caso es que yo ya intuía que mi padre estaba allí, que le había tocado y había que afrontarlo. A las pocas semanas mi madre tuvo que sacarme del colegio ya que, con mi padre ausente, necesitaban más manos trabajadoras, así que llegó el momento en el que ponerme a trabajar era lo que debía hacer.

Pasaban los días, las semanas, los meses, y seguíamos sin saber nada de él.

Yo apenas sabía leer ni escribir, pero en el poco tiempo que tenía de descanso intentaba aprender, poco a poco, ya que se me había ocurrido una idea, nada raro pues yo siempre había destacado por mi imaginación. Pensé en poder informarme, comprar periódicos y de esa manera poder averiguar donde podría estar, poder mandar una carta o algo parecido, con la esperanza de obtener una respuesta. ¡Qué cierto puede llegar a ser que el espíritu gobierna a la mente y el cuerpo!

Después de poner mucho esfuerzo e interés en aprender ayudándome de personas sabias,lo logré. Día sí y día también me informaba de la guerra hasta que, finalmente, conseguí escribir esa carta y mandarla al cabo superior. Pero, si te digo la verdad, no sé si realmente esa carta llegó a mi padre o no, solo sé que meses después obtuvimos una respuesta. ¿Qué otra cosa me podía hacer más ilusión y causarme más felicidad que recibir noticias sobre aquello? Abrí la carta emocionada y a la vez con miedo. Si no recuerdo mal decía:

“Hola pequeña, sé que éste no debe de ser un momento fácil para ti, pero que sepas que todo va bien, que puedes estar tranquila, esperamos que no quede mucho para que todo esto termine. No queremos engañarte, y como ya te habrás dado cuenta esto no lo escribe tu padre sino uno de sus compañeros que sabe leer y escribir. También quiero que sepas que él todavía no ha leído la carta, bueno más bien que todavía no se la he leído, pero que estés tranquila, que dentro de poco podrás verle, y también darte la enhorabuena por haber hecho este gran esfuerzo de mandar una misiva hasta aquí. Estoy seguro de que a tu padre le va a hacer mucha ilusión, muchos besos y saludos a la familia y sobre todo mucho ánimos.”

La verdad es que no comprendí todo lo que la carta decía, aunque con el paso de los años me di cuenta que era bastante sencilla, aunque consiguiera generar en mí una multitud de sentimientos: me emocioné, alegré, experimenté nostalgia, tristeza, rabia de no poder verle y de no saber más de él, no lo sé. Estaba confundida.

Mis ganas de poder volver a escribirle eran enormes, pero tampoco quería molestar pues pensaba que eso podría causarle problemas.

Pasó otro mes. No sabía qué hacer, hablamos, debatimos sobre el tema y todos pensamos lo mismo, que todos teníamos unas ganas tremendas por reunirnos con él pero que, ante todo, debíamos de ser responsables, prudentes.

Para aliviar nuestros corazones empezamos a escribirle una carta semanal. Poníamos la fecha y guardábamos todas las misivas en un cajón, ese cajón que tanto nos recordaba a él, el de su mesilla de noche.

Los meses seguían, y la gente iba anunciando que ya quedaba poco para que la guerra terminase, todo el mundo estaba contento, y nosotros también parecíamos estarlo porque, debajo de una sonrisa, se pueden ocultar grandes y sinceros pensamientos.

La fecha de llegada se aproximaba, cada día estaba más cerca. CPmo el resto, fuimos a recibir a nuestros combatientes o, mejor dicho, a todos los que quedaban. Cuando arribaron y comenzamos a buscarle, no lo vimos, no lo encontrábamos y comenzamos a preocuparnos. De pronto se acercó un señor, y nos lo explico todo; nuestro padre estaba herido, gravemente, y había tenido que guardar convalecencia allí. Afortunadamente no estaba solo, se quedó con ese querido compañero, tan amigo suyo, ese que contestaba a nuestras cartas. No nos quiso decir dónde estaba para que no pudiéramos ponernos en contacto con él. Ya que él sabía en qué estado estaba y no quería que nosotros le viéramos así.

Pasaron dos semanas y recibimos nuevas, el resto lo podéis imaginar….

Después de todo esto quiero que sepáis que me volqué en los estudios en honor a mi padre.

Mi abuela me contó esta historia hace unos años y, la verdad, es que me acuerdo como si fuera ayer, ya que me hizo recapacitar, y mucho; darme cuenta de que no valoramos lo que tenemos hasta que lo perdemos, que no arriesgamos, por miedo, ¿miedo a qué? Disfrutemos, seamos felices.

Catonas&News

Curso: 4º ESO

Tutor: Ana Olarte Fernández

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